Alegría por ordenación de siete nuevos sacerdotes para la Iglesia de Santiago

En una atiborrada catedral metropolitana siete jóvenes fueron ordenados sacerdotes de Jesucristo para la arquidiócesis de Santiago. Se trata de los padres Ricardo Acosta Serrano, Rodrigo Cordero Torres, Maximiliano Grez Valdés, Felipe Herrera Espaliat, Cristián Montes Ortúzar, Rodrigo Quintanilla Romero y Francisco Rencoret Mujica. Todos ellos, nerviosos y ansiosos, pero contentos, fueron acompañados por sus familias y comunidades parroquiales donde han servido y sirven en uno de los días más importantes de sus vidas.

La alegría en el templo catedral era transversal y se hacía notar. La Santa Misa de ordenación fue presidida por el arzobispo de Santiago, monseñor Ricardo Ezzati y concelebrada por el arzobispo emérito de la capital, cardenal Francisco Javier Errázuriz; los obispos auxiliares monseñor Cristián Contreras y monseñor Pedro Ossandón; y por el obispo castrense de Chile, monseñor Juan Barros.

En su homilía, monseñor Ezzati destacó la figura de Jesús, el Buen Pastor, como guía para los siete ordenandos. El obispo fue enfático al decir que allí se encuentra “la identidad más profunda de su ser sacerdotal, ser como Jesús, Buen Pastor, desarrollando su misión de la misma manera que él”. Explicó: “Jesús es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, que no escapa ni las abandona cuando ve venir al lobo, porque le importan las ovejas. Es el pastor que las conoce y que permite que ellas lo conozcan a él”.

En este mismo sentido expuso que Jesús los invita a proclamar la liberación a los oprimidos y el Año de Gracia del Señor. “Los envía para que la vida abundante que brota de él llegue a todas las personas para llenarlas de gozo y de alegría, de misericordia y de ternura”, dijo a los presentes. Casi al final de su alocución, monseñor Ezzati los invitó a permanecer en el amor de Jesús y en la comunidad diciendo: “Permanezcan en él para que a través de cada uno de ustedes los hermanos, especialmente los más pobres y los que sufren, puedan experimentar la ternura del Señor”. Añadió que es necesario que “permanezcan en la Iglesia, en la fraternidad del presbiterio, en comunión de espíritu y de misión con cada hermano sacerdote. Dentro de poco pondrán sus manos en las del obispo, permanezcan en comunión afectiva y efectiva con él ejerciendo el ministerio en la Iglesia, en comunión profunda de vida con su obispo”.

Posteriormente, los hasta entonces diáconos en tránsito manifestaron públicamente su voluntad de recibir el ministerio sacerdotal e hicieron promesas de fidelidad ante el obispo. Tras la imposición de las manos del Pastor y de todos los presbíteros presentes, signo que representa la Gracia de Dios y la intercesión de la Iglesia, los nuevos sacerdotes se acercaron a sus familiares, quienes les ayudaron a ponerse sus ornamentos sacerdotales.

Una vez finalizada la Santa Misa, cada neo-presbítero recibió el saludo de las personas que acudieron a acompañarlos en la catedral y posteriormente cada uno se retiró a un almuerzo que ofrecieron los respectivos padres. 

Tradicional visita al Seminario

             Como es tradición luego de una ordenación sacerdotal, el lunes siguiente luego de la ceremonia, los siete nuevos sacerdotes acudieron al Seminario Pontificio Mayor para celebrar la Santa Misa con los seminaristas y formadores.

            Emocionados por celebrar la Eucaristía en el lugar donde se formaron por ocho años, los neo-presbíteros participaron con alegría, instando a los seminaristas a formarse realmente según Jesucristo Buen Pastor y ponerse a disposición de la voluntad de Dios para sus vidas.

            Posteriormente, se ofreció una fraternal comida de camaradería, donde los nuevos sacerdotes pudieron compartir con sus ex compañeros del Seminario y los formadores, quienes les pedían sus bendiciones. Además se les hizo entrega de un presente. Ellos por su parte, aprovecharon de repartir sus tradicionales santitos de ordenación.