La Exhortación apostólica Pastores Dabo Vobis del Papa Juan Pablo II publicada en el año 1992, definía la formación humana como el fundamento de la formación sacerdotal (Cfr. PDV 43). Es una base necesaria y dinámica donde se va edificando la vocación sacerdotal y el futuro ministerio presbiteral. Las consecuencias de un ministerio construido sobre una base humana sólida son enormes. Será más creíble y aceptable el servicio pastoral del presbítero en la medida en que su forma de relacionarse con la gente facilite el encuentro con Jesucristo Vivo.
Es en esta dimensión donde el seminarista debe ir desarrollando la madurez psicológica. Esta se expresa a través de la integración de los afectos y de la sexualidad. Desde la madurez afectiva se pretende que el candidato al sacerdocio pueda crecer en la capacidad de amar de un modo intenso, estable y comprometido, y dejarse amar honesta y limpiamente. Se trata que vaya superando progresivamente en el transcurso de la formación un estilo narcisista y se abra a moverse más de acuerdo a una lógica altruista. Junto con ello, el objetivo es que desarrolle una capacidad suficiente y serena y para enfrentar las dificultades propias de la formación y del futuro ministerio.
Desde la madurez sexual, se trata que el seminarista vaya superando las tendencias de posesión y dominio y se vaya desarrollando mucho más en la ternura y la sensibilidad hacia los demás, logrando relaciones sanas y profundas. Es particularmente importante que en este proceso de maduración el candidato al sacerdocio comprenda cómo se experimenta, maneja e integran los impulsos sexuales a la luz de un profundo deseo de llevar una vida célibe y casta configurándose así con Jesucristo Buen Pastor. La relación con el Señor es fundamental para el desarrollo de esta dimensión. Es la cercanía con Dios, el gusto por la vida espiritual la que va conformando en el joven un corazón enamorado y dócil a la acción del Espíritu Santo. También será de vital importancia el acompañamiento que reciba el seminarista por parte de sus formadores.
El documento de Aparecida pide en el número 321 que “Se deberá prestar especial atención al proceso de formación humana hacia la madurez, de manera que la vocación llegue a ser un proyecto de vida estable y definitivo, en medio de una cultura que exalta lo provisorio y desechable” Tratamos de cuidar lo que nos pide “Aparecida” para formar hombres que sepan integrar la dimensión mistérica, comunional y misionera mediante un sano sentido de la propia identidad, un cálido sentido de pertenencia y fraternidad, y un sólido sentido de misión como significado último de la propia existencia.
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